Una entelequia se puede definir como una paradoja: la irrealidad de algo que nunca podrá ser frente a la realidad del hecho (aquello que desde sí mismo y a través de su acción es posible).
Sin olvidar la primera he preferido y elegido desde siempre la segunda como motor de mi vida, de este modo las obras que denomino Entelequias
son recorridos, trayectos; pasos que en sí mismos, en su potencialidad, contienen la totalidad del camino y que se constituyen en objetos vehiculares que me transportan. Metáforas del viaje y del espacio en el que éste se desarrolla y que vislumbré, proyecté e inicié como objeto de mi vida, para que ésta fuera, hasta el final, según aquel propósito: que lo contenido entre el inicio y el final (la suma de todo lo que conforma la distancia, la que, etapa a etapa, registro a registro, mediante la suma de todos y cada uno de los pasos que han sido y siguen siendo necesarios, guarda y encierra la existencia) fuera el resultado de aquel primer deseo. Entelequias
tienen origen como intuición (como el aún irreal objeto del deseo) y concluyen como hecho real.